Este blog es parte de una serie que explora las cinco demandas de los Días de Acción Mundial de 2025 sobre Justicia Fiscal para los Derechos de las Mujeres.
Por: Grace Arina, Feminist Tax Initiative-Lead (Tax Justice Network Africa and NAWI Collective)
No existe una definición del trabajo de cuidado no remunerado, pero este incluye encargarse de las tareas domésticas y del cuidado de los seres amados; en definitiva, constituye la columna vertebral de familias, comunidades y economías pujantes en todo el mundo. En la actualidad, las mujeres y mujeres jóvenes tienen más probabilidades de conseguir empleos precarios y mal remunerados, así como de asumir la carga del trabajo de cuidado subpagado y no pagado. Más allá de trabajar sin remuneración en el hogar, la mayoría de las mujeres pobres se encargan del trabajo doméstico y cuidan de los otros. Esto se debe a que el actual marco económico neoliberal perpetúa la desigualdad de género al explotar y desempoderar activamente a las mujeres y mujeres jóvenes y al contar con ellas para hacer estas labores, pero sin valorarlas por ello.
Ese mismo marco neoliberal fallido está dando forma a la respuesta al problema del neoliberalismo. De hecho, las Instituciones Financieras Internacionales (IFI), como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que están en la cima de la arquitectura financiera global y han sido las principales promotoras de la privatización, la desregulación, la consolidación fiscal (medidas de austeridad) aplicadas en todo el mundo durante la últimas décadas y que han intensificado estas medidas tras la pandemia del COVID, con la consecuente reducción significativa del gasto público, dan continuidad a ese marco fallido. Como resultado, la carga de las diferentes crisis acumuladas por culpa de estas medidas ha sido transferida a aquellos que tiene menor capacidad para soportarla. Las mujeres, en particular, han asumido el rol de amortiguador de impactos en tiempos de austeridad y crisis.
Hoy en día, la organización social del cuidado, es decir, la forma de satisfacer las necesidades de cuidado, la relación entre el trabajo de cuidado no remunerado, el trabajo de cuidado remunerado (subpagado), la provisión de servicios pública y privada y los acuerdos de cuidado de las comunidades, es fundamentalmente desequilibrada, desigual y en definitiva insostenible.
En África, por ejemplo, el cuidado está profundamente arraigado en el tejido social de la región, el cual promueve la unidad, la comunidad y la reconciliación. El cuidado es parte integrante de la vida diaria y está influenciado por costumbres culturales, creencias tradicionales y convenciones sociales en que las mujeres asumen la parte del trabajo del león. Esta división de los roles de género perjudica sus oportunidades educativas, sociales, económicas y de liderazgo. Asimismo, la naturaleza patriarcal de la sociedad de la región influye en el trabajo de cuidado y refuerza las desigualdades de género.
A escala mundial, la economía del cuidado está creciendo debido al aumento de las demandas de cuidado; por ende, es un punto de confluencia de nuevas oportunidades. Sin embargo, el sector ahora enfrenta una ausencia general de protecciones sociales, remuneraciones bajas o inexistentes y, en algunos casos, exposición a perjuicios físicos, mentales y sexuales. Desde una perspectiva macroeconómica, la economía del cuidado puede considerarse como un factor determinante en algunos resultados económicos, incluido el Producto Interno Bruto (PIB), la creación de empleos, la generación de ingresos, la producción de trabajadores y la movilidad social, entre otros.
Los gobiernos justifican su incapacidad de satisfacer los derechos de las mujeres con la insuficiencia de fondos, mientras que el sistema fiscal internacional y el marco económico neoliberal, los cuales son ineficaces, perpetúan la extracción de riquezas del Sur global y lo concentran en una reducida élite, compuesta principalmente por hombres del Norte global.
Además, los países del Sur global, siguiendo las recomendaciones de las IFI, siguen aplicando impuestos a los más pobres e implementando medidas de austeridad e impuestos regresivos. De hecho, siguen dependiendo de tasas indirectas como el IVA, que se ha demostrado asigna una carga desproporcionada a las mujeres cuidadores y a aquellos que trabajan en el sector informal, los cuales tienen más probabilidades de destinar una cantidad significativa de sus ingresos a bienes y servicios básicos que consumen para mantener sus medios de subsistencia.
La incapacidad de los países de reconocer la importancia de la economía del cuidado ha alimentado grandes desigualdades, principalmente porque el trabajo de cuidado es asumido por las mujeres. Esta falla ha menospreciado la demanda de bienes y servicios de cuidado, disminuido el valor socioeconómico del cuidado como un bien público y retrasado el desarrollo de marcos regulatorios que reduzcan esas brechas.
Es hora de que los gobiernos reconozcan el valor social y económico del trabajo de cuidado, remunerado o no remunerado, puesto que no solo es parte esencial de la reproducción diaria de la vida, sino que también es la base sobre la cual reposa la vida misma. En consecuencia, el trabajo de cuidado debe ser reconocido como un derecho humano fundamental.
Los países deben integrar el trabajo de cuidado en sus economías incorporando las 5R: Reducir la carga del trabajo de cuidado no remunerado de las mujeres, Redistribuir la actual división del trabajo por género, Reivindicar la naturaleza pública de los servicios de cuidado y restaurar el deber del Estado de proveer servicios públicos financiando la capacidad estatal mediante la movilización interna de recursos y la inclusión de impuestos justos y progresivos en su marco fiscal, Reconocer el valor socioeconómico del trabajo de cuidado, ya sea remunerado o no remunerado, y Recompensar, Remunerar y Representar el trabajo de cuidado y a los trabajadores del cuidado de forma equitativa, dando una justa compensación; es decir, pago igual por igual trabajo, pensiones adecuadas, protección social integral, condiciones de trabajo saludables y seguras y defensa de su derecho a organizarse en sindicatos y contratos colectivos. Adicionalmente, para asegurar que los ingresos fiscales sean gastados de forma que promuevan la igualdad de género y la provisión de servicios públicos de calidad transformadores, los gobiernos deben implementar presupuestos sensibles al género, detener los flujos financieros ilícitos (IFF) y las prácticas agresivas de planificación fiscal que facilitan los abusos tributarios, incluida la evasión fiscal y el sesgo hacia naciones y sociedades multinacionales ricas, debido a que estas les niegan injustamente a los gobiernos los recursos necesarios para apoyar los derechos de las mujeres.
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